domingo, 13 de noviembre de 2011

Lo que el deseo consumio.

Eran dos extraños, forajidos del amor, dos errantes en busca de saciar la zozobra que antiguos amantes habían despertado.
Sus palabras escritas al viento, sus versos sin rumbo navegando a la deriva estaban a la expectativa de cautivar un noble corazón.
El vivir en una sociedad donde los sentimientos son de papel, donde el amor se ha convertido en un modismo y donde el afecto se permuta los estaban convirtiendo en seres toscos, perdiendo la fragilidad que los hacia humanos, la facultad de captar lo bello de lo simple.

Y en medio de tanto desdén se cruzaron sus caminos, intercambiaron versos, se regalaron caricias, todo sin un fin lucrativo solo con el propósito de alimentar su ímpetu por amar. Soltaron las riendas de la lujuria que se desbocaban como la furia de mil caballos sobre una ladera, recorrieron las riveras plutonianas de sus cuerpos y alunizaron  sobre los cráteres de su ser. Oh dulce placer carnal que desencarnaron manchando su piel con el tizne de sus deseos, un deseo no terrenal que envidiaría cualquier deidad. Y dicen que consumieron sus cuerpos bajo el éxtasis de sus caricias dejando solo los escombros de un amor desmesurado.

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